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DESDE MI VENTANA

La sombría mansión vigila el discurrir de la calle desde lo alto de la colina, semejante a un viejo y malvado cuervo negro, que acechara desde la copa de un ciprés de cementerio, a las despreocupas lombrices surgidas de la húmeda tierra, después de una fresca tormenta de verano.

Oculto, tras la añeja cortina de encaje gris que cubre los oscuros ventanales, observo, atentamente, la alegre vida pasar por la esquina de mi calle. Niños, como yo, juegan a perseguirse entre risas y jadeos. Niños que retozan en un charco de barro, cubierto por hojas perdidas del otoño, despreocupados como sólo los niños pueden. Saltan, gritan, aplauden, ríen, lloran, se pelean, se abrazan, juegan, viven.

Desde el otro lado de la verja, los niños observan, con cierto temor reverencial, la mansión que cubre con sus sombras el lúgubre jardín abandonado. Leo en sus vivaces ojos un intenso deseo de aventuras, de explorar lo inexplorado y vencer el miedo, entrar en la casa y recorrer sus misteriosas salas. Espero, por su bien, que no lo hagan, pues los habitantes de la casa no son cordiales y temo por los niños. Por suerte el deseo que baña sus ojos desaparece pronto, vencido por la capa de miedo que envuelve la mansión como una patina de pestilencia, de vieja putrefacción, como el fétido aliento de una tumba recién abierta.

Extasiado, percibo el viento danzar con las doradas hojas en un baile perfecto, sublime, que nadie se detiene a apreciar, ajenos a la belleza que se muestra ante sus ojos, arrastrados por la importancia de sus propias vidas, ciegos a todo menos a sí mismos, a sus propias cuitas. Deseo bailar entre las hojas, sintiendo la grácil caricia del viento en el rostro y el suave barro en los dedos de los pies desnudos.

Detrás de la cortina, observo a una preciosa niña rubia besar dulcemente los labios de su primer amor, abrazados con infinita ternura, sobre un viejo banco de madera. Tras el sucio cristal envidio la dulce sensación de un primer beso que yo nunca conoceré. Imagino el cosquilleo en los labios, el retumbar de mi corazón acelerado, amenazando con quebrar mi pecho, la sensación de estar volando con los pies posados en la tierra. ¡Un primer beso! ¿Qué puede haber comparable con eso? Suspiro. Y en ese suspiro vuelan las almas de todos los besos que no pude dar. Mis besos perdidos.

Desde mi ventana deseo poder hacer todas las cosas con las que siempre he soñado, pero, por desgracia, los fantasmas no podemos vivir la vida, nos conformamos con verla pasar, lentamente, entre la niebla.

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