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EL MONSTRUO QUE HABITA EN EL ARMARIO

El niño, no más que un bebe, camina perdido en la oscuridad de su propio cuarto, tan grande e inexplorado para él como si fuera el ancho mundo, que aguarda en el exterior, más allá de la infranqueable puerta de la casa.

La terrible pesadilla, que ha despertado al niño, plagada de gritos y golpes, aún aletea como una mariposa en su cabeza, embotando sus sentidos.

Pasito a pasito, de las gordezuelas piernecitas, ha dejado atrás la seguridad de la cuna para adentrarse en lo desconocido, se aleja de su lecho y del suave osito de peluche que unos instantes antes se encontraba entre sus brazos, siendo fiel depositario de todo su cariño. Anadeando molesto, incomodo por un pañal empapado de orina que supera peligrosamente el límite de carga, acercándose con cada uno de sus inseguros pasos hacia la ominosa sombra que espera en el ropero. El monstruo que habita en el armario, observa los confusos movimientos del niño rubio, con ojos rojos como la sangre, que se atisban entre las rendijas de la puerta.

El niño puede olfatear, desde su cuna, el profundo olor que desprende el armario cada noche. Pero ahora que se acerca a la fuente del olor, lo percibe más claramente. Huele como el abuelo, pero mucho más profundo, huele a viejo, a algo muy antiguo.

La puerta de la habitación se abre de pronto, dando paso a la claridad de la luz de la bombilla del pasillo que dibuja en la puerta la silueta de su papá. Entonces, el niño se percata de que lo que le ha despertado, causándole tanta inquietud, obligándole a abandonar su cuna, no ha sido para nada una pesadilla.

Su padre entra en la habitación, arrastra a su madre de los pelos y la tira contra la cuna, volcándola violentamente en su caída. Su padre tiene un brillante cuchillo en la mano y su madre sangra abundantemente de un feo corte en la mejilla, su bonito vestido blanco está empapado de rojo.

El niño rompe a llorar con un sollozo desgarrador. No suele llorar, pues a pesar de ser sólo un bebe, está muy acostumbrado a los gritos y a los golpes, al llanto y los profundos lamentos que embargan el pecho de su madre cada noche antes de dormir. Pero esta vez, es diferente, puede sentir la sombra que invade los ojos de su padre, y como el último hilo que ataba su mente a la cordura se ha roto por fin. Siempre ha sabido que eso iba a pasar, desde el día en que lo pusieron, indefenso, en los fríos brazos de aquel hombre, sintió verdadero temor de lo que habitaba en su interior. Durante los días discurridos de su corta vida, ningún amor había percibido, por mucho que lo había anhelado, dentro de aquel cuerpo, sólo frío y oscuridad.

Su padre se agacha delante del niño, el cuchillo rozando su piel, acaricia su pelo con un gesto tan frío como una lluvia de escarcha, lo agarra de su camisita de dormir, levantándolo sobre su cabeza con indiferencia y se dispone a lanzarlo contra la pared, decorada con conejitos azules y nubes rosas. El niño escucha las desgarradoras suplicas de su madre, malherida en un charco de sangre. Su papá lo lanza sin miramientos, se siente volar por unos segundos. Espera, asustado, el fuerte golpe en su desprotegida cabeza de rizos dorados, contra la dura pared. Entonces, la puerta del armario se abre de golpe y la sombra que habita en todos los armarios, de cada cuarto donde duerme un niño, velando los desprotegidos sueños de los inocentes chiquillos, lo envuelve con su calor y lo deposita, con sumo cuidado y amor, lejos de las crueles manos de su perturbado progenitor.

Desde el rincón, donde lo han dejado, el niño observa fascinado, como el monstruo del armario se enfrenta a su padre. El hombre intenta acuchillarlo, pero no se puede herir lo que no existe, lo que toma forma de la imaginación de todos los niños, no se puede abatir a algo así. Sólo se puede ser devorado por un ser así.

Una vez que el monstruo del armario termina su labor, toma al niño y lo deposita en los temblorosos brazos de su maltrecha madre. El niño sonríe con cariño al monstruo, acariciando sus formas hechas de sombra e ilusión, los ojos como la sangre del monstruo, miran embelesados al niño, acunado entre los amorosos brazos de su madre. La puerta del armario se cierra, el monstruo que habita en el armario puede cesar su guardia por esa noche.

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